Un cuento de terror

Un cuento de terror basado en la historia “El almohadón de plumas”, de Horacio Quiroga (1879-1937), de su obra Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917).

Esa historia, yo la hice como tarea de una clase de español como parte de una “Actividad de comprensión lectora” de un curso de Espanhol Intermediário, que solicitaba hacer un mini cuento de terror basado en la lectura del cuento de Quiroga "El almohadón de plumas" y teniendo en cuenta el hilo central del texto. Y eso yo lo hice.

Les dejo ese texto para que conozcan un poco de mí lado sombrío y de las inspiraciones que nos mueven día a día de diferentes maneras y que sorprenden a nosotros mismos.

El cuento de Horacio Quiroga se encuentra disponible en el siguiente enlace:

https://www.literatura.us/quiroga/plumas.html


Mí texto es libremente inspirado en la obra de Quiroga y no tengo intención de ofender a los derechos autorales del célebre autor.

 

Tengan en cuenta que soy solamente una estudiante de español y que todavía no he desarrollado bien todas las competencias en ese idioma. Y me digan, entonces, que les pareció este texto 😊

 

Conozcan, entonces, mi Jordán y mi Alicia. 😉

 

Pasó un año desde que Jordán se quedara solo en su palacio desencantado, y, igualito que antes, seguía como un hombre callado, contenido y con su impasible semblante.

Hay quien diga que lo había visto llorando por su esposa Alicia, después de su trágico accidente – si así se pudiera llamar –, pero hay quienes igualmente digan que el pasaba los días solamente mirando la blancura del patio silencioso. Vino el otoño otra vez y hacía mucho frio. Pero a él ni el tempo le parecía hacer cambio. Ponía su camisa morada y se iba al patio a fijar la oscuridad blanca de la media luz. Pasos hacían eco en toda la casa, mismo cuando él no se movía.  Y él los escuchaba como un eco del caminar de Alicia. Cuando los oía, Jordán mandaba que todos se callaran, que se quedaran inmobles, de manera a oír solamente los ecos de Alicia. Y allí se quedaba. Por días, por horas sin cuenta sin que se permitiera un único ruido.

Un día, Jordán escuchó, en el medio del patio, el llanto de Alicia. El ce acercó de una estatua de mármol y pasó todo el día a mirarla. Una vez, la cocinera lo vio pasar la mano por la cabeza de la estatua y, con honda ternura, rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello de la estatua y se pondo a gritar muy alto.

Allí, cuando envolvió a la estatua con sus manos frías, se quedó inmoble, como si él proprio fuera la estatua. Pasaron días y días hasta que se moviera de nuevo. Y entonces empezó a hablar con Alicia por todos los lados. Dejó el patio y adentró a la casa, caminó por la sala, la habitación, cayó en la cama donde restara destrozado el almohadón de plumas, se tiró en el la estera. Y lloró como un niño abrazando el almohadón.

En seguida, fue nuevamente al patio y miró a la estatua, otra vez hablando con Alicia. Como si la chica estuviera allí y le contara algo, él aproximó el oído de la boca de la estatua y escuchó las instrucciones. Él no dijo nada más. Todos los días, vino con el rostro pegado a la boca de la estatua y, cada día, volvía con un aire más fúnebre, un color más blanco y un silencio más agónico. Finalmente, como Alicia, Jordán perdió el conocimiento y allí se quedó. Todavía no comía, no hablaba, no caminaba, solamente miraba a la estatua y se acababa. Intentaron darle de comer, de beber, intentaron hacerle caminar, pero nada logró éxito.

La estatua empezó a ganar un color rojo y a ganar contornos como los de la cara de Alicia. Los sirvientes dejaron la casa, quedándose solamente la cocinera que, aún, intentaba darle de comer a Jordán. Un día, Alicia quiso lo de comer y la cocinera la sirvió un plato de sopa. Después de algunos días, Jordán se acabó, no más se levantó, se murió allí mismo en el patio. Y la cocinera tomó su lugar dándole las merillas a la estatua-Alicia para que se alimentara de sangre. El muerto no fue recogido y la cocinera, algún tiempo después, también se fue, restando en la casa los huecos de las pasadas largas de la parásita estatua Alicia alimentada con la sangre de su amado Jordán y de la fiel cocinera sin nombre.

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